viernes

colección de adoquines

Bajábamos en silencio la calle principal, nos mirábamos de reojo, ambos nos dábamos cuenta de ello. Cada vez que me percataba de su mirada, mi corazón latía mas rápido. Tenía la sensación de que debido a un cúmulo de malas acciones el diablo hubiese venido a colocarse dentro de mi cuerpo, a materializarse en mí y así dar rienda suelta a sus perversiones. Aún así, mantenía la compostura tanto como me era posible. De repente, me cogió la mano tímidamente, esperando una respuesta mía. En ese momento, me pasaros dos opciones posibles para actuar en ese momento. Una de ellas era acercarme lentamente a ella, besarle, y hacerle sentir como jamás nadie le había hecho sentir nadie. La segunda, en cambio, constaba en matarle vilmente y lanzar su cuerpo sin vida a un estanque oscuro y tenebroso. Después de unos momentos de reflexión, me acerqué a su oído y le susurré: Te quiero, en el sentido más fluorescente de la palabra. Seguimos caminando hasta llegar a la puerta de mi casa, le invité a aceptar, ella aceptó con certeza mi petición, y sí, elegí la segunda opción.

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