sábado

Camino a la libertad

La atmósfera de aquel sótano era espesa. En el aire flotaba una hediondez asquerosa. Una mezcla entre gasolina y plástico quemado. Las paredes eran de color azul apagado, de la cual colgaban unos cuadros con fotos de paisajes, en uno de estos cuadros, se podía observar una fractura en el cristal que lo protegía. En la parte derecha, había una cama, en la cual reposaba una mujer de roja melena. Vestía con unos vaqueros algo desgastados y una camiseta de tirantes gris. El ruido de la llave al encajar perfectamente en la cerradura de la puerta rompió la extraña, fría y sórdida tranquilidad que le envolvía a aquel incómodo lugar. Al instante se abrió la puerta.

          -Vamos, ya son las doce, es hora de que te levantes- dijo Odrik con un equilibrio vacilante.
          -Cállate- dijo la joven entre dientes.
          -Vamos a dar un paseo, hace un buen día hoy- caminando hacia la cama dónde la joven se hallaba. 
          -No me apetece- masculló mientras escuchaba los pasos de Odrik dirigiéndose hacia ella.

Entonces, Odrik le agarró de un brazo incorporándole automáticamente y juntando sus labios con los de la chica bruscamente. Cosa que irritó a la joven, que los separo al instante mientras dejó escapar un silencioso quejido. En aquel momento, se abalanzo sobre él depositando sus manos en el cuello de Odrik y apretándolas entre sí tanto como pudo. Cosa que no supuso nada para él hombre, que tras un empujón lanzó a la hermosa mujer contra la cama, abatida y sin fuerzas. 

          -¿Porqué insistes en enfrentarte a mí? Sabes que es inútil, estoy extenuado de tener que repetir lo mismo cada mañana- dijo a la par que sacaba de uno de los bolsillos una navaja de unos 10 centímetros de cuchilla y le apuntaba directa al pecho de la joven.

La joven, después de cuatro meses encerrada en aquel sótano, vio un pasadizo directo para escapar de aquel infierno. Decidida a hacer lo correcto, se dirigió violentamente hacia Odrik, mientras la sangre se le coagulaba en sus mejillas, clavando así el tajante puñal en su abdomen. Entonces, empezó a observar una neblina delante de sus ojos, su respiración era cada vez más lenta y fatigada. A los pocos segundos, sus rodillas perdieron fuerza y resistencia y esbozando una sonrisa placentera se desplomó de rodillas a los pies de Odrik, dejando caer su melena al son del viento y con una sensación de libertad deleitosa.

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